El riesgo reputacional: la bala de plata que puede tumbar a un banco
Tres bancos medianos bastaron para demostrarlo: la confianza, no el capital, sostiene al sistema.
El 25 de junio de 2025, dos bancos mexicanos —CIBanco e Intercam— que juntos representaban 1.55% de los activos totales del sistema bancario, 0.5% de la cartera de crédito y cerca del 1% de los depósitos, detonaron un terremoto que sacudió tanto a Wall Street como a la banca local. A ellos se sumó Vector Casa de Bolsa, que aunque no es banco, concentraba 3.7% del sector bursátil. Los tres fueron señalados por FinCEN, la unidad de inteligencia financiera del Tesoro de EE.UU., como facilitadores de operaciones de lavado vinculadas al tráfico de fentanilo y cárteles mexicanos.
La acusación no solo implicaba un riesgo legal: mostraba cómo, en un sistema interconectado, la reputación puede erosionar confianza y liquidez en cuestión de días, más rápido que cualquier problema de solvencia.
El golpe del Tesoro
FinCEN acusó a Vector de facilitar entre 2013 y 2023 más de tres millones de dólares en transacciones ligadas a cárteles y proveedores chinos de precursores químicos. CIBanco fue señalado por mover 10 millones de dólares para el Cártel del Golfo. Intercam apareció en la lista negra con 92,000 millones de pesos en activos en riesgo. La orden fue tajante: bancos estadounidenses no podían procesar operaciones con ellos, lo que en la práctica los excluía del sistema financiero global.
La reacción en México fue inmediata. La SHCP trató de contener el golpe asegurando que “a la fecha no contamos con ninguna información contundente” que probara los delitos. La CNBV no esperó: en menos de 48 horas decretó la intervención gerencial de las tres instituciones y sustituyó a sus consejos de administración. El mensaje fue claro: la prioridad era proteger a clientes y al sistema, no a las marcas.
El efecto dominó
Las agencias calificadoras se movieron igual de rápido. Intercam, CIBanco y Vector cayeron en semanas de “AA(mex)” a “B(mex)”, nivel especulativo con alta probabilidad de impago. Standard & Poor’s degradó a CIBanco a “mxCCC-” y lo puso en revisión negativa. El efecto: un pánico silencioso entre inversionistas y clientes. Datos de la CNBV lo ilustran: CIBanco perdió 15,915 millones de pesos en activos en un mes y su captación se desplomó 25%. Vector vio caer 19% de sus activos y 22% de su operación en custodia. Miles de clientes, temiendo quedar atrapados, retiraron su dinero antes de que las sanciones los congelaran.
En semanas, los bancos entraron en liquidación forzada. Multiva compró el negocio fiduciario de CIBanco, que administraba 26% del mercado de fideicomisos. Kapital Bank tomó las operaciones de Intercam con un salvavidas de 100 millones de dólares. Vector, la joya financiera de Alfonso Romo, empezó a buscar comprador. La AMIB reconoció que la venta “es una posibilidad real”, reflejando la gravedad de la crisis.
Los proyectos de futuro quedaron en pausa. Vector había lanzado con bombo Vit by Vector, una plataforma digital para clientes jóvenes. Hoy ni se menciona: la reputación se la llevó en meses. En paralelo, Bankaool aprovechó la coyuntura: integró a 250 excolaboradores de Intercam para crear una nueva división de divisas y transferencias internacionales, reposicionándose en un mercado donde la salida de jugadores tradicionales abrió espacio.
Reputación: un riesgo sistémico
El caso demuestra que el riesgo reputacional no es solo un accesorio: es parte de la columna vertebral de cualquier institución financiera. No se trata de relaciones públicas. Es la chispa que desata fugas de depósitos, desplomes de calificación y ventas a precio de liquidación. Y puede originarse en muchos frentes: sanciones regulatorias, investigaciones periodísticas, filtraciones de datos, ciberataques o incluso un error viralizado en redes sociales. El desenlace es el mismo: la confianza se evapora y el dinero huye.
La historia confirma su poder. Danske Bank quedó atrapado en el mayor escándalo de lavado de Europa: 230,000 millones de dólares en operaciones sospechosas en su filial de Estonia. El golpe alcanzó a Deutsche Bank, su corresponsal, cuyas acciones cayeron a mínimos históricos en 2018–2019. Más atrás, en 2008, la caída de Lehman fue la chispa, pero lo que incendió al sistema fue la pérdida masiva de confianza en bancos que parecían inquebrantables.
La lección es incómoda: el sistema financiero no se sostiene en ratios de capital, sino en confianza. Cuando esta se rompe, lo demás es irrelevante. Da igual que un banco tenga un ICAP (Índice de Capitalización) robusto: sin confianza, la maquinaria se detiene y la caída es cuestión de tiempo.
Innovación vs. cumplimiento: una lección personal
En 2019, cuando era Venture Partnerships Manager en Citibanamex, mi trabajo era tender puentes con fintechs. Cada vez que llegaba una startup con una idea fresca, topábamos con el mismo muro: el third‑party risk assessment. Semanas de cuestionarios, validaciones AML y auditorías. Para un área de innovación, aquello era frustrante: ¿cómo florecer en un ambiente diseñado para sofocar cualquier chispa?
Seis años después, mi visión de todo eso es otra. Esos procesos eran la vacuna preventiva contra la pérdida de confianza. Un banco puede sobrevivir a márgenes bajos o a una recesión, pero no a un socio mal evaluado que detone sanciones o filtraciones. El riesgo reputacional no se mitiga con slogans de innovación, sino con disciplina incómoda: verificaciones exhaustivas y la capacidad de decir “no”, aunque parezca conservador.
Hoy entiendo que esa fricción era el filtro que separaba a Citibanamex de alianzas tóxicas. En reputación no hay piloto automático: basta una fintech mal auditada o una transacción dudosa para convertirse en la bala de plata que destruye décadas de credibilidad.
Reputación: el verdadero David vs. Goliat
En 2025, cuando parecía que la ola fintech había madurado, descubrimos una paradoja incómoda: los bancos no mueren por lentitud ni por malas inversiones. Caen cuando nadie quiere hacer negocios con ellos. Esa sentencia no se dicta en balances, sino en el terreno más volátil: la reputación. Es el activo más líquido —porque se evapora en horas— y el más frágil —porque nadie lo asegura.
Lo viví en carne propia. En 2019 me desesperaba que la burocracia matara proyectos de innovación. Hoy, viendo cómo instituciones hechas y derechas se derrumban en semanas por la pérdida de confianza, entiendo que esos filtros no eran un obstáculo, sino la última línea de defensa. La innovación puede esperar; la reputación, nunca.